El otro vacío.
Sobre Destiempo de Virginia Guilisasti
Por Pedro Donoso
En general, la existencia diaria no se nos plantea como una construcción libre y original sino más bien se asienta sobre un conjunto de actos, desplazamientos y olvidos reincidentes que se precipitan sin mayor tranquilidad. Ante la persistencia de esa rutina incontrolada de cada día, la artista visual Virginia Guilisasti (Chillán 1979) ha buscado la forma de experimentar otro modo de conducir el tiempo y abrazar cada momento en el que se instala a desarrollar su trabajo de artista. Su exposición Destiempo comparte ahora los resultados.
“Durante tres meses, integré a mis hábitos hacer ejercicios de respiración (meditación). Tres veces al día, me aislaba y me concentraba por 15 minutos. No era fácil escapar de lo que estaba haciendo para encontrar el momento. Pero una vez que lo lograba, tenía que concentrarme, apagar los pensamientos y estar presente.”
Para tomar refugio en estos instantes personales, Virginia elaboró una modalidad de trabajo que comienza por separarse del tiempo productivo y se concentra en respirar. Inhalando y exhalando, la artista llega a un estado neutro donde los pensamientos pasan lento hasta desaparecer. Entonces, sin palabras, inmersa en un momento “a destiempo”, Virginia convierte ese silencio en un espejo. Allí ha vuelto a mirarse antes de abordar estos ejercicios personales.
Destiempo está formada por distintas series de prácticas realizadas tras sus sesiones de respiración. Una de ellas está compuesta por el gesto de trazar rayas sobre la superficie de papeles fieltro recubiertos con una base blanca. Las imágenes emergen desde las capas inferiores, sin que haya que prepararlas. Más bien se trata de vaciar. “Cada imagen construida lleva un nombre y es creada bajo la percepción vaga de un momento vivido previamente”, explica Virginia. El vacío previo prepara el gesto de la mano. ¿De dónde salen esas imágenes? ¿Quién las encuentra? ¿La mano o el ojo?
En otra de sus series, Virginia persigue la imagen de un animal de compañía que vive con ella, su perra Lara. Sin detenerse, dibuja con gruesas líneas de tinta negra las posturas cambiantes del animal. Esa mascota armada con mano ligera muestra ángulos inesperados, tal como la fotografía de Muybridge logró separar lapsos de tiempo en la cabalgata de un animal. En este caso, dibujar a destiempo alcanza a lo que está intercalado entre el tiempo y nuestra percepción. El realismo es estático porque dibuja con el pensamiento. Este ejercicio suelto, en cambio, se instala en aquellos instantes inesperables que flotan entre cada instante. Cuando la mente ha quedado vacía, todo empuja hacia un encuentro.
La exposición se completa con los “escudos protectores”, pequeñas piezas escultóricas ensambladas con trozos de cortezas que la artista recoge con una idea personal de proteger lo íntimo. La obra, podríamos pensar, está repartida en el suelo como piezas de un puzzle que todavía debemos armar. De pronto, tras meses de espera inadvertida, la mano selecciona, almacena y también descubre. “Dependiendo de los tamaños y texturas de cada palito escogido”, explica Virginia, “yo iba construyendo sus formas”. Como los signos de un alfabeto desconocido esparcidos por el campo, esas piezas componen una escritura. También otro de los ejercicios expuesto emerge del suelo. Se trata de una serie de palabras troqueladas en pliegos de papel fieltro; composiciones que repiten una palabra o frase. “Eran palabras que me venían espontáneamente a la cabeza. Las recorté en forma repetida y después las enterré”. Este proceso registrado en video presenta en la sala la inhumación de esos pliegos que ahora vuelven a la vida, desde un vacío al otro, a destiempo, como si resucitaran para decir algo que, en definitiva, ha dejado de ser personal.