El paisaje, pintado, fotografiado, filmado, no es un registro de una vista, es otra cosa que la representación de un paraje. Desde el momento que el ojo se posa sobre un lugar se inicia un proceso más o menos intuitivo, más o menos racional, que imprime desde ya unas formas de ver. Dependiendo de los medios, técnicas y procedimientos que se empleen, el sucesivo proceso de representación puede tener muchas fases que se irán incorporando en el constructo final.
La categoría de paisaje se ha ampliado muchísimo en las últimas décadas, llegando a nominar cuestiones muy diversas como paisaje social, paisaje sonoro, paisaje político, etc., nominaciones que cuentan con valiosas argumentaciones para justificar su uso. No obstante, el paisaje en tanto noción, surgió hace un poco más de cuatro siglos como género pictórico, género que característicamente tenía a la naturaleza como motivo en sí mismo, de tal manera que con el término “paisaje” (o landscape en inglés o paysage en francés) se identificaba al paraje natural y también al cuadro que lo representaba. En el origen, entonces, el paisaje era un término asociado indisolublemente con la pintura. Hoy en día, como sabemos, otros medios artísticos también lo abordan y resignifican, otras disciplinas lo estudian y analizan.
Mara Santibañez estuvo un tiempo sin pintar, explorando otros rumbos. Cuando volvió a hacerlo se entusiasmó con el paisaje. Su obra actual se mantiene entonces dentro de la convención original que permite operar esa estrecha afinidad que existe entre las formas, colores, luces y sombras de la naturaleza y las manchas, veladuras, empastes y chorreos de la pintura. Una afinidad que ha probado ser muy productiva y vigente, como se puede apreciar en la obra de varios pintores contemporáneos.
Mantenerse en la convención original no es lo mismo que hacer una obra convencional. Las pinturas que Mara Santibañez realiza son el resultado de una mirada puesta en la actualidad, particularmente en los modos en que la naturaleza ha sido intervenida por la acción humana. Pero sobre todo se trata de una mirada nacida desde la actualidad, a través de todos los mediadores culturales y a través de los dispositivos que configuran nuestra percepción.
El primer grupo de pinturas aquí exhibidas se originaron con fotografías tomadas en la carretera entre Santiago y la quinta región, desde un vehículo en movimiento. Esas fotografías captaron desde el camino territorios de nuestra montañosa zona central intercedidos por las hileras de los viñedos y otros cultivos, un ordenamiento geométrico requerido por la eterna necesidad de optimizar los recursos hídricos, un orden ejecutado en función de la eficiencia, en este caso agraria. En las telas esos ordenamientos se trasforman en líneas de pintura, chorreos, empastes sobre fondos diluidos. De estos elementos surge entre las manchas una imagen algo insustancial pero que a la vez permite hacer visible el orden humano no solo en el espacio de cultivo sino también implícitamente de su relación con la carretera, con la circulación de vehículos motivados por el comercio y el turismo.
Un segundo grupo, correspondiente al presente año, es el resultado de la atención puesta a algunos espacios de detención en medio de la ruta y también a algunas animitas. Aunque no directamente representada acá también es importante la carretera, signo de la modernidad, que involucra tanto la presencia de paraderos de buses y de las populares animitas, monumentos de la religiosidad popular que señalan la ocurrencia de una muerte trágica, producto de un accidente automovilístico. De acuerdo a la creencia popular, las almas de aquellos que murieron violentamente, permanecen en la tierra. Los vivos ruegan por su descanso y a cambio de rezos y ofrendas, los muertos ayudan a los vivos en sus peticiones. Estas construcciones más bien precarias funcionan como mausoleos sin cuerpo, donde se depositan flores y objetos varios, están ahí en los bordes del camino exhibiendo su desproporción, su falta de refinamiento, su estética kitsh o su evidente abandono. Traducidas al material pictórico por medio de manchas que tienen la notable cualidad de ser al mismo tiempo ajustadas y difusas, construidas con el equilibrio preciso para ser figuraciones que se recortan sutilmente con el entorno de tierra y árboles que otras manchas sugieren. Las animitas se integran con el resto del paisaje dejando al mismo tiempo la equívoca sensación de presencia-ausencia, una sensación que la pintura es maestra en evocar.
Si las animitas no hospedan cuerpo, tampoco lo hacen los paraderos de buses rurales. Geometría y colores definidos en el medio del camino, están ahí pequeños alberges que tienen por objeto acoger momentáneamente a los vivos en su espera. Su función es eminentemente utilitaria por lo que su vacuidad no sugiere nada más allá que su concreta presencia y función. Lejos de las imágenes de interés turístico, estas pinturas señalan interrupciones en el camino sin aparente interés estético. Pero devenidas manchas coloridas, estas vistas que pasaron antes por ser fotografías, exhiben un atractivo visual al combinarse con la sutil perturbación que comporta su desolado aspecto.
Los variados paisajes que Mara Santibañez elabora a partir de registros fotográficos, tienen una particular cualidad: que la operación fotográfica que es esencial para el desarrollo del proceso, queda invisiblemente implicada. Está virtualmente ahí, da cuenta de ciertas condiciones de la mirada y su entorno, pero en lo concreto, una vez en la tela, la pura pintura es visible. Su materialidad, sus recursos, sus procedimientos no están ahí solo para describir cultivos, animitas o paraderos de buses (que lo hacen) sino que quedan expuestos en toda su desnudez. Aunque mediado por lo fotográfico, es lo pictórico lo que comparece. Será acaso porque la pintura misma ya está presente en la mirada que registra la foto, una mirada no solo mediada por el dispositivo, por la cultura, por la experiencia, sino particular y principalmente por el devenir de la pintura, su historia, su técnica, su sentido. Al volcarse a la tela lo que sucede es que la condición fotográfica implicada en el proceso, toma la curiosa forma de algo que es ineludible, pero que al mismo tiempo no se deja ver.
Texto y Curatoría: María Elena Muñoz
Abril, 2021